Una vida salvada merece ser vivida
con dignidad

Repositorio de experiencias

Rosae

"In memoriam"

22/04/2019

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Yo, treinta y dos años, y tú, veinticuatro más que yo. Tarde de verano con mucho calor, sentadas las dos en aquella azotea. Y en medio de una tertulia familiar, sin entender que era realmente lo que te pasaba te hice una pregunta que me daría la respuesta a muchas de mis inquietudes. Mamá, ¿qué hora es? Te pusiste nerviosa, intentando mirar hacia otro lado, intentando evitar mi mirada para que no me diera cuenta de que algo te pasaba. El sudor frío de tu frente y el temblor de la pierna derecha eran testigos del estado en el que te encontrabas. De pronto, levantaste la mano derecha y dirigiste el dedo índice hasta esfera del reloj con la única intención de poder contar los minutos que ya habían pasado. Se escuchaba bajito: las tres y una, las tres y dos, las tres y tres... ¡¡Ahora sí!! Con la voz temorosa y dudando de la respuesta pronunciaste: las tres y diez. Sonreiste toda convencida y satisfecha, como si acabaras de resolver el enigma más complejo de los últimos tiempos. Yo, sin embargo, palidecí por momentos, intentando disimular las lágrimas que querían fluir en aquel momento. ¡¡No estabas bien, madre mía!! Algo estaba pasando con tu memoria, algo pasaba en tu cabecita y no tenía nombre de depresión, como muchos pensamos en un primer momento, sino de algo que en la actualidad no le encuentro explicación: de demencia, de enfermedad neurodegenerativa: Alzheimer.



A día de hoy cada vez que entro en tu cuarto ahí está él. Ese reloj dorado, de mujer, parado, impasible, como si el tiempo no fuera con él, como si se le acabara la vida en el momento en que pronuncié aquella pregunta, marcando esa hora que resulta complicada borrar de mi memoria.


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