Una vida salvada merece ser vivida
con dignidad

Repositorio de experiencias

Amador Castro Moure

"Ictus"

22/04/2019

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-Ta ta ta ta ta ta ta ta.

Martillaba el monólogo incomprensible con una cadencia veloz y nerviosa. Movía las manos acompañando las monosílabas para reforzar el discurso. A su lado, la compañera de toda la vida, vergonzosa, intentaba detenerlo apretándole el hombro. Mirando para mí, musitó una excusa: «hace igual cuando llaman por teléfono, no se entera de que no lo entienden».

Yo lo entendía. Pienso que cualquiera que hiciera un mínimo esfuerzo. En la despedida de mi padre, nos transmitía su dolor, la tristeza por la marcha del amigo. «Ta ta ta ta ta ta ta ta». No eran necesarias las palabras. La faz caída, los ojos hundidos, el temblor de las manos, lo decían todo. Un abrazo final y se marcharon los dos. El silencio de la gente que me rodeaba, mirando aun para la espalda de la pareja que partía, me dijo que sentían alivio. Para la mayoría había sido una situación tensa. Pero yo se lo agradecí.

Cuando cerraron el tanatorio hice de taxi. Repartí algunos parientes. El día siguiente aun sería peor. La misa. El deber de decir algo con la garganta ahogada por las lágrimas. El crematorio. La soledad posterior. Una mujer sacó el tema. «Ese hombre lleva un año en rehabilitación. Tendría que ser consciente de que ya no va a hablar nunca, ¿no? Bien podría llevar un cuaderno y escribir lo que quiere decir». Me irritó. Me irritan las personas que siempre tienen una receta para el comportamiento de los otros. Me había comunicado más solidaridad, ternura y cariño aquel hombre con su ta ta ta ta ta ta ta ta que todas las palabras vacías que había escuchado durante el día entero.

Ya en el lecho, solo conmigo mismo, pensé: «pasados unos días, lo llamaré por teléfono».


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