Una vida salvada merece ser vivida
con dignidad

Repositorio de experiencias

Anxos Sumai

"Cada día que pasa"

15/04/2019

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El primer día del año mamá se levantó tarde. Estaba lenta y desorientada, los ojos velados, la boca decaída. Perdió el control del habla y de las piernas y se derrumbó. Al principio sentimos una especie de asombro, de incredulidad. Tras el pasmo, nos enteramos de la gravedad. Cuando la ambulancia se la llevó, quedamos abrumadas por el anticipo dodó de la muerte. El más afligido era papá, que le dio un beso como si la despedida fuera definitiva: nunca antes le habíamos visto semejante muestra de afecto.



Cuando regresó, con diagnóstico de infarto cerebral, no hablaba, no andaba. Dormía todo el día y por la noche, poseída de una violenta agitación, gemía y chillaba y quería levantarse, huir a su casa -no reconocía como su casa ni a nosotras como hijas. La acomodamos en una cama con barrotes para que no se dañara y, aun así, era casi imposible retenerla. Aprendimos a cambiar pañales, hicimos turnos para que no permaneciera sola ni un minuto. Darle de comer se convirtió en una hazaña cotidiana: cerraba la boca, nos escupía, nos pegaba. En cierto modo la alimentamos con la misma insistencia con que ella nos alimentaba a nosotras de bebés.



Hace de eso tres meses. Estamos en abril, es primavera. Se recuperó mucho. Cada día que pasa es ella durante más tiempo, una mujer decidida y autosuficiente en la que brotó una ternura desconocida. Recuperó el habla,a pesar de tener ahora una curiosa voz infantil, y aprendió a comer de su propia mano. Aunque la mitad de los alimentos picados o aplastados se le caen del tenedor, le dejamos que lo haga. ¡Buena es ella para no permitírselo!



Su lucha última es tenerse de pie y caminar. No le importa caerse, le da igual el dolor de piernas cuando hace por dar algún paso. Si se empeña en andar es por liberarse de los pañales e ir sola al váter, depender de nosotras para limpiarla y cambiarla le resulta humillante. Pero también quiere andar para marcharse a su casa porque una parte de la memoria quedó dañada y sigue sin reconocer como propio el espacio que la acoge en la enfermedad. Por las noches, al acostarla, mantiene largas conversaciones con papá, los dos a solas. Habla con papá como si fuera una joven novia. Se despide de él y le dice: "Vete yendo tú, que yo ya iré cuando me tenga en pie". Cuando él se retira, mamá nos mira desolada por una soledad que nosotras no somos capaces de revertir por mucho que la acompañemos. También teme morir.



Las noches siguen siendo muy duras pero por las mañanas, cada día que pasa, la vida abre en ella con la luz del sol.


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